Desde los antiguos imperios feudales hasta una revolución industrial en el espacio de una generación, hay algo en la sociedad, la cultura y la psique japonesas que las impulsa a ir más allá. Las bandas de motociclistas Bosozoku de Japón son la encarnación de este espíritu único.
Surgidas en los márgenes industrializados de las ciudades japonesas de la década de 1950, las bandas Bosozoku, montadas en sus rugientes motocicletas personalizadas, se convirtieron en una cultura juvenil de más de 40.000 miembros. Distinguidos por su estilo de personalización de motocicletas, un código de vestimenta audaz y un reglamento de conducta propio, han sido inmortalizados en la cultura japonesa como jóvenes rebeldes sin causa, pero también como portadores de tradición y legado.
Todo Sobre los Bosozoku del Ayer y el Hoy
De las Cenizas de la Guerra a las Calles
Hace más de 50 años, el Japón que conocemos hoy era un sueño lejano puesto que las ruinas de la Segunda Guerra Mundial aún humeaban, y la nación se encontraba en un estado de profunda desolación y aunque la industria y el comercio comenzaban a reconstruirse a base de inversiones, las heridas sociales eran mucho más profundas.
Entre los sobrevivientes se encontraban los ex pilotos militares, incluidos los Kamikaze; hombres vistos y venerados como héroes en su momento, se veían ahora sin rumbo en un mundo que había cambiado para siempre; añorando la camaradería y la adrenalina de sus días de combate, formaron grupos informales conocidos como Kaminari Zoku («Tribu del Trueno») quienes salían en grupo por las calles los fines de semana para recrear la emoción y el peligro que habían definido sus vidas anteriores.
Sin embargo, el tiempo no se detiene pues la generación de la guerra comenzó a envejecer y dar paso a la juventud vibrante de los años sesenta y setenta, donde esta nueva ola de energía revitalizó a los Kaminari Zoku, transformándolos en un movimiento nacional que celebraba la libertad y la velocidad sobre dos ruedas el cual los medios de comunicación los bautizaron como Bosozoku, las «Tribus de Carrera Violenta», un apodo que capturaba la esencia de su estilo de vida rebelde y electrizante.
Tradición, Violencia y Espíritu Juvenil
Mientras la sociedad japonesa se abría al mundo, la cultura Bosozoku se aferró a valores y códigos de conducta tradicionales pues una jerarquía social rígida y una red compleja de reglas definían la vida dentro de los grupos, y si bien desafiar las leyes y provocar a la policía era parte del juego, causar daño a civiles era considerado inmoral en algunas bandas pues la defensa del grupo era una cuestión de honor, y las guerras territoriales, secuestros e incluso muertes no eran infrecuentes, pero a pesar de vivir al margen de la sociedad, los ex Bosozoku también destacan los aspectos positivos de su experiencia.
«Una vez ayudamos a una mujer a sacar su auto de una zanja llena de barro», recuerda Keizo-san, un exlíder de una pandilla Bosozoku en una entrevista con Vice News. «Éramos tantos que la levantamos… y la pusimos de nuevo en la carretera. También hicimos muchas cosas buenas. No todo fue malo. Mucho de eso fue solo nuestro espíritu joven.»
En contraste con el traje y la corbata que dominaban Japón, los Bosozoku crearon su propio estilo y marca personal pues rindiendo homenaje a sus predecesores, adoptaron un uniforme llamado Tokkōfuku, inspirado en los overoles de los pilotos militares y cada banda vestía colores y patrones distintivos, bordados con nombres, lemas y símbolos.
Los líderes se distinguían por chaquetas adornadas con caligrafía japonesa estilizada además que estas, transmitidas de líder en líder, simbolizaban la continuidad y el legado del grupo y servían como un faro de fuerza y estabilidad en un estilo de vida caótico pero en constante evolución.
Disciplina o Nada
Dentro de estos grupos los miembros deben respetar en su totalidad a los llamados «senpai» (lideres de mayor edad) ya que fuesen cual fuesen sus palabras o decisiones, gustaran o no, debían obedecerse pues una parte crucial del estilo de vida Bosozoku, era el llamado «shimekai«, que consistía en castigar por medio de golpes a quienes no acataban instrucciones o faltaban a los recorridos semanales por la ciudad.
«Los golpeábamos porque era nuestra manera de enseñarnos respeto», comenta Seuchi Tetsuhiko en una entrevista para el libro «The Obsessed» del fotógrafo Irwing Wong. Inclusive en la actualidad, gracias a la disciplina inculcada en sus días de juventud, el respeto hacia la autoridad y los lideres de grupo aún existe entre los ex-pandilleros, principalmente por recuerdos del shimekai.
Las Motocicletas
Coloquialmente conocidas como «tansha» y partiendo de una base modesta, eran transformadas en obras de arte rugientes que eran más que la suma de sus partes, pues representaban un estilo de vida y una identidad y si bien las choppers estadounidenses y las cafe racers británicas tuvieron su influencia, las motocicletas Bosozoku son indiscutiblemente únicas pues están equipadas con escapes atronadores, múltiples luces de colores y bocinas aturdidoras pues eran lienzos para una explosión de creatividad en conjunto de pinturas llamativas, pegatinas rebeldes y banderas ondeantes que las convertían en piezas de arte ambulantes.
Una de las adiciones mas comunes era el incluir un gran respaldo en el asiento trasero conocido como «sandan» pues este cumplía varias funciones. «El asiento es alto a manera de protegerte por si chocas para evitar que la moto ruede sobre ti», comenta Seuchi. «También le sirve de apoyo al pasajero que normalmente ondeaba la bandera del grupo». Otras funciones eran la de dificultar a la policía ver quien estaba manejando y por supuesto, la de dar espacio para agregar más detalles o modificaciones.
Otra modificación importante era la llamada «shiborihan» que consistía en reubicar el mando de la moto hacia adentro, ya que de esta manera podían escapar de la policía a través de callejones angostos porque lograban reducir el ancho de la moto.
Las modificaciones no buscaban la velocidad o la potencia, aunque tampoco las descartaban ya que su objetivo principal era la exhibición y hacer tanto ruido como les fuera posible puesto que ser el centro de atención, generar admiración y causar revuelo era la esencia de esta cultura, además bandas enteras, a veces miles a la vez, recorrían ciudades y pueblos, saturando las calles con su rugido y su estilo desafiante y aunque lo que en su momento podía parecer una molestia, ahora se recuerda con cariño como una expresión vibrante de la juventud y la rebeldía, muchas veces romantizado en series o manga.
Un Legado que se Desvanece en el Espejo Retrovisor
Mirar hacia atrás parece ser el pasatiempo más común entre los miembros de Bosozoku, tanto pasados como presentes ya que en el mundo actual realidad es otra. A partir de la década de 1990, conocida en Japón como la «década perdida», la desaceleración económica asestó un duro golpe a las generaciones más jóvenes pues el desempleo generalizado provocó una reducción drástica del ingreso disponible, convirtiendo rápidamente la personalización de las motocicletas en un lujo que pocos miembros de la clase trabajadora podían permitirse.
Para colmo, a partir de 2004 las fuerzas de la ley tenían la capacidad para confiscar motocicletas y arrestar a sospechosos en el acto por lo que la policía japonesa libró una guerra de casi dos décadas contra cualquier actividad relacionada con las pandillas de motociclistas.
Como resultado de estas medidas, esta cultura actualmente ah caído en la comercialización ya que en la actualidad en algunas ciudades de Japón se pueden ver maniquíes que exhiben versiones renovadas de los Tokkōfuku, bordados con marcas de moda de alta gama y diversos diseños donde antes estaban las marcas de las pandillas además que en la literatura, las películas y televisión, tanto en Japón como en Occidente, las modificaciones de estilo Bosozoku siguen presentes además que muchos aficionados a las motos optan por realizar personalizaciones de este tipo en sus motocicletas.
Un Último Paseo al Margen de la Ley
Pero no todo esta perdido para los ex-pandilleros porque la cultura tansha sigue activa en los eventos llamados «kyushakai» donde multitudes se reúnen en pistas de carreras rurales rigiéndose por un estricto reglamento para evitar cualquier tipo de inconveniente con la policía; los asistentes deben llevar sus motos en camiones hasta la pista y no pueden encenderlas hasta cierta hora además que cualquier tipo de conflicto se castiga con la expulsión inmediata del lugar.
Los antiguos rebeldes siguen estas normas al pie de la letra, quizá gracias a la disciplina adquirida a golpes durante sus días de juventud y una vez que el evento comienza, los motociclistas toman la pista para hacer todo el ruido que quieran además que es común ver a los asistentes intercambiar historias de peleas pasadas o admirar las motos de los demás.
Sin duda, esta muestra de madurez es una viva demostración de su pasión por las motocicletas y la nostalgia por el pasado además que por ahora ahí es donde permanecerá la verdadera cultura Bosozoku. Desde sus comienzos devastados por la guerra, pasando por la infamia y la intriga hasta el declive y la eventual comercialización, estas tribus violentas de Japón seguirán siendo parte de la historia que el país no puede dejar morir por completo.
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